Gregorio Luperón
(Puerto
Plata, 1839 - 1897) Patriota dominicano, héroe de la Guerra de Restauración y
principal dirigente de los liberales durante la Segunda República. Lograda en
1844 la independencia de Haití, la Primera República Dominicana (1844-1861)
hubo de sufrir tanto los reiterados ataques de los haitianos, que amenazaban la
soberanía nacional, como las maneras dictatoriales de los presidentes que
durante aquellos años se alternaron en el poder: Pedro Santana y Buenaventura
Báez. Al final de su último mandato (1858-1861), Pedro Santana decidió
anexionar el país a España; su idea era acabar con la permanente amenaza de
Haití, pero también perpetuarse en el poder, pues aceptó a cambio el cargo de
capitán general de la nueva provincia española de Santo Domingo.
Tal decisión desataría la Guerra
de Restauración (1863-1865), que enfrentó a los partidarios de la anexión a
España con los independentistas o restauradores (pues su
objetivo era restaurar la Primera República). Gregorio Luperón destacó como el
más capaz de los generales del bando independentista, a cuya victoria
contribuyó decisivamente. Pero tampoco la Restauración traería la estabilidad;
los continuos enfrentamientos entre los rojos o conservadores
(liderados por Buenaventura Báez) y los azules o liberales
(como el propio Luperón, que aspiraba a modernizar y democratizar las
instituciones republicanas) siguieron desgarrando y empobreciendo el país en
las décadas siguientes.
Biografía
De
orígenes humildes, Gregorio Luperón tuvo que trabajar desde niño para colaborar
en la economía familiar. A la edad de catorce años encontró empleo a las
órdenes de Pedro Eduardo Dubocq, un comerciante establecido en Puerto Plata a
quien algunas fuentes biográficas atribuyen la paternidad del muchacho. Conocía
bien la lengua inglesa (su madre era una inmigrante de color de las islas
británicas), tenía dotes para la oratoria y en la biblioteca de su patrón pudo
iniciar una sólida formación autodidacta.
Comprometido
con la causa independentista, una pelea contra partidarios de la anexión
española le llevó en 1862 a la cárcel, de donde escapó para buscar refugio
primero en Haití y después en los Estados Unidos. En 1863 regresó de forma
clandestina a la República Dominicana para participar en varios movimientos de
insurrección; las tropas rebeldes le concedieron el grado de general.
El autoproclamado Primer Gobierno
Restaurador de Pepillo Salcedo, con sede en Santiago, valoró pronto su
patriotismo y su capacidad combativa y le encargó la Jefatura Superior de
Operaciones en la provincia de Santo Domingo, con la misión de enfrentarse al
ejército anexionista comandado por Pedro Santana.
Cumplió con su cometido y consiguió desarrollar una guerra de guerrillas que
desgastó severamente las fuerzas militares españolas. Finalmente, España
entregó el país a los independentistas el 11 de julio de 1865. Luperón aceptó
la vicepresidencia de la Junta Gubernativa de Santiago y, restaurada la
República, regresó a Puerto Plata, donde sus paisanos le recibieron como a un
auténtico héroe nacional.
La Segunda República
Después
del triunfo de la Restauración, dos tendencias se diputaron el poder. La
primera agrupaba a los comerciantes e importadores, criollos y extranjeros, en
connivencia con la vieja guardia de hateros encabezada por Buenaventura Báez,
todos ellos procolonialistas. La segunda reunía a los soldados de la Restauración,
respaldados por el campesinado joven, los intelectuales y los comerciantes
provenientes del Cibao, quienes seguían una línea nacionalista y liberal,
orientada por Gregorio Luperón y Ulises Francisco Espaillat, entre otros.
Los primeros conformaron el partido
conservador o rojo, y los segundos el liberal o azul,
denominados así por el color de la cinta que amarraban a los sombreros para
distinguirse en los combates. Pero no debe olvidarse el papel que jugaron
numerosos caudillos locales, en su mayoría analfabetos, que con el título de
generales se dedicaron a pelear entre sí o contra el gobierno de turno movidos
sólo por intereses personales y el afán de enriquecimiento. Fue tal el estado
de anarquía y de fragmentación política, que desde 1865 hasta 1899 hubo en el
país más de setenta revueltas, alzamientos y asonadas militares que dieron por
resultado veinticinco gobiernos de mayor o menor duración.
Desde su ciudad natal, Gregorio
Luperón impulsó una severa oposición al régimen de Buenaventura
Báez, que en diciembre de 1865 se había hecho de nuevo con el poder,
y encabezó el triunvirato (Luperón, Pimentel y García) que en 1866 consiguió
derrocar al gobierno y ejercer el poder ejecutivo entre los meses de mayo y
agosto de aquel año. Disuelto el nuevo órgano gubernamental en favor de la
constitucionalidad, asumió la presidencia el general José María Cabral
(1866-1868).
Pero Báez
derrocó nuevamente al gobierno de Cabral en 1868, y Luperón se vio obligado a
abandonar la República. Durante el llamado gobierno de los Seis Años
(1868-1873), Báez negoció la anexión del país a los Estados Unidos; Gregorio
Luperón desplegó desde el exterior una intensa campaña de oposición al gobierno
e incluso preparó una expedición revolucionaria que no consiguió resolver con
éxito. No cejó en su empeño de impedir la anexión a los Estados Unidos y elevó
repetidas protestas ante el Senado estadounidense que finalmente evitaron la
incorporación de la isla a la superpotencia del norte.
Los
baecistas siguieron gobernando tres años más sin su caudillo, a quien
depusieron para evitar que el partido azul los desplazara del poder por medio
de una revolución. Ésta se produjo en 1876 y, por sugerencia de Luperón, se
acordó presentar como candidato a la presidencia a Ulises Espaillat,
eminente ciudadano y político de ideas democráticas que ganó en las elecciones
de marzo de dicho año. Luperón aceptó el cargo de ministro de Guerra y Marina
en el nuevo gabinete. Pero apenas siete meses después, la presión de los
baecistas forzó la renuncia de Espaillat y devolvió el poder a Buenaventura
Báez, el eterno enemigo político de Luperón, quien, una vez más, tuvo que
exiliarse.
Durante
el siguiente trienio la República Dominicana vivió un periodo de inestabilidad
política y rápidas alternancias en el gobierno. Finalmente, en octubre de 1879,
los liberales tomaron el poder en firme. Luperón accedió a la presidencia de un
gobierno provisional que, con sede en Puerto Plata, estableció una política
encaminada a reconducir el país dentro de los patrones del liberalismo de la
época: instauró un régimen progresista, trató de reinstitucionalizar la
República y preparó el proceso electoral que, a finales de 1880, otorgó el
poder a Fernando Arturo Meriño (1880-1882), al que sucedieron algunos gobiernos
liberales de duración bianual.
Gregorio Luperón se
retiró a Europa en calidad de enviado extraordinario y ministro
plenipotenciario. Cuando regresó al país, el ejecutivo de Francisco Billini
(1884-1885) le nombró delegado del gobierno en el Cibao. Desde su nuevo puesto
se enfrentó al movimiento revolucionario de 1886 en Puerto Plata y contribuyó a
la llegada al poder, un año después, del presidente Ulises Heureaux (1887-1899), antiguo lugarteniente de
Luperón en la Guerra de Restauración y destacada figura de los liberales.
Heureaux trajo finalmente la estabilidad a la República al precio de un radical
giro ideológico: instauró una corrupta dictadura personalista, fortaleció el
ejército, reprimió duramente a la oposición y arruinó las arcas públicas,
dejando la nación en manos del capital extranjero.
Decepcionado
por las actitudes dictatoriales del nuevo líder, Gregorio Luperón buscó sin
éxito el apoyo del gobierno haitiano para combatirlo. Se encontraba en la isla
de Saint Thomas cuando, en 1897, enfermó de cáncer. Enterado, Heureaux acudió
personalmente en su ayuda. Después de escuchar serias recriminaciones de su
antiguo jefe y de aceptarlas calladamente, se reconciliaron. Luperón aceptó
regresar a la patria, para lo que abordaron el buque de guerra que había
transportado a Heureaux hasta la vecina isla, y retornaron a Puerto Plata. Allí
falleció el 20 de mayo de 1897.
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